Roma
Enviamos al periodista italiano de automovilismo Giuliano Pavone a la capital de su país, Roma, en busca de otra ruta escondida.
Mi noche de ensueño comienza circulando entre las dos orillas del río Tíber, desde Trastevere a Campo de’Fiori y desde la Piazza Navona al Panteón: el corazón de Roma. Afronto con alegría el laberinto de calles angostas y zonas peatonales para observar a la gente divertirse.
Sin embargo, es hora de escaparse del laberinto del centro de Roma y dirigirse hacia el sur. Tras cruzar la Piazza Venezia y el gigantesco monumento Altare della Patria, la Via dei Fori Imperiali aparece ante mí amplia, recta y sin tráfico. A mi derecha está el Foro Romano, una especie de parque de atracciones arqueológico. Mientras paso raudo por delante del Coliseo, en pie desde el año 80 de nuestra era, me emociono con la imagen de este antiguo y magnífico recinto deportivo, escenario de tantos juegos crueles.
Los tesoros barrocos y las ruinas imperiales del centro de Roma continúan al alcance de mi vista cuando llego a EUR, un moderno distrito nacido en la era fascista y completado a tiempo para los Juegos Olímpicos de 1960.
Las formas esenciales, las extensas vistas, las líneas geométricas y el blanco radiante de los edificios del distrito lo convierten en una suerte de escenario natural neutro y, al mismo tiempo, lleno de carácter. Resulta fácil comprender por qué se han rodado aquí tantas películas y anuncios de coches. Y dada la extraordinaria amplitud de sus espacios, también resulta fácil comprender por qué EUR es el candidato favorito para acoger una posible futura competición de Fórmula 1 en Roma. Parece pues que me encuentro en el lugar adecuado.
Todos los caminos llevan a Roma
Vuelvo a dirigirme hacia el norte. Roma es una ciudad muy especial. La «romanità» (‘romanidad’), es esa mezcla inconfundible de cordialidad e ironía desencantada que proporciona a la Ciudad Eterna un ambiente único. Pero a diferencia de Londres o París, Roma es también polifacética: una gran ciudad compuesta por muchas otras microciudades, cada una de ellas con sus propias características distintivas.
Uno de estos microcosmos es Testaccio, que ahora puedo ver desde la Via Ostiense, tras pasar la antigua pirámide de Cestius. Testaccio, el que fue en otros tiempos un barrio industrial de clase trabajadora, alberga en la actualidad una gran diversidad de bares y restaurantes, y se ha transformado en una de los lugares más candentes de la vida nocturna romana, rivalizando con Pigneto y Ponte Milvio. Pero a esta hora, los habitantes del corazón de Roma están en sus casas, o refugiados en un lugar de ocio.
En este momento, incluso el centro histórico está vacío. Me bajo del coche durante unos minutos en la Piazza di Spagna y, tras una breve caminata, llego al monte Pincio, desde donde puedo ver la enorme Piazza del Popolo y, más allá, toda la ciudad. De día, la belleza de Roma se queda eclipsada por el ruido, el tráfico y las hordas de turistas. De noche, sin embargo, la vida cotidiana desaparece para dar paso a la eternidad.
Vuelvo sobre mis pasos hacia el coche y me acomodo de nuevo en el asiento del conductor. He visto muchas obras maestras esta noche, pero la ciudad es una obra maestra en sí misma por derecho propio, fruto de la tradición, el estilo y la pasión: el arte en estado puro, en definitiva. Y durante unas pocas horas más, es mía y solo mía.
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