Si es cierto todo lo que se lee en las guías turísticas, no hay mucho que contar sobre la capital de España en una tarjeta postal. El rey Felipe II le otorgó la condición de capital en 1561. Sin embargo, esa antigua ciudad se ha convertido ahora en uno de los centros urbanos más lúdicos de Europa.

Y uno tiene que admitirlo cuando atraviesa el corazón de la ciudad por el barrio de Chueca, rodeado de gente guapa. El reloj pasa de la 1:59 a las 2:00 de la mañana y, aunque aún no es fin de semana, no parece que los madrileños estén dispuestos a irse a casa a dormir. Los bares están llenos, las aceras rebosan de viandantes y las sonrisas irradian entusiasmo allí donde uno mire.

Calles y semáforos de la ciudad de Madrid

El deambular español

Hace calor, y las multitudes que rodean las áreas de Chueca y Centro deambulan como en un ritual. Incapaces de mantenerse en un solo lugar, deambulan de un lado a otro, de un bar a otro y de un grupo a otro en busca de las acogidas más amables, las historias más fantásticas y el ambiente más marchoso. Nosotros también deambulamos. Madrid tiene fama de ser una ciudad con mucho tráfico, pero, incluso ahora, de madrugada y a punto de comenzar otra jornada laboral, la ciudad sale en masa a las calles. Es hora de tomar un desvío.

Sus calles se solapan y giran unas sobre otras, pero afortunadamente están vacías de gente y de coches. Como un tobogán acuático que desemboca en una piscina llena de agua, dejamos de girar de una calle a otra y acabo desembocando en una magnífica vista de la Plaza Mayor.

Los edificios de la imponente plaza del siglo XVII se erigen altos y orgullosos, como emblema de la poderosa nación que fue en otros tiempos, y, en el centro, estatua ecuestre del rey Felipe III que nos mira fijamente con desaprobación. Afortunadamente, no hay nadie más alrededor, de modo que revoloteamos por la plaza empedrada explorando cada uno de sus nueve arcos.

Vista aérea de la plaza Cibeles al atardecer

La solución subterránea de Madrid

Salimos sorteando el tráfico y nos dirigimos al norte para ver el Arco de la Victoria, antes de que se reanude la rutina diaria. La sensación es la misma que con el laberinto de callejuelas: echamos de menos un camino que nos permita esquivar el caos circulatorio de Madrid.

En este caso, nos sumergimos bajo tierra hasta adentrarnos en otro mundo oculto. Se trata de la M-30, una carretera de circunvalación con una vasta red de túneles y vías de hasta siete carriles, cuyo objetivo era aliviar los crecientes embotellamientos de la ciudad. La exploración de esta meca de la conducción subterránea podría ser en sí misma el trayecto de un día.

Cuando sale el sol, tenemos el tiempo justo para contemplar la majestuosidad del Palacio Real, antes de programar nuestra ruta de escape. Pisando el acelerador una vez más, ponemos rumbo a las pequeñas colinas situadas al norte de la ciudad. Las carreteras que nos encontramos son fluidas, rápidas y amplias, en contraste con la densa, lenta y caótica circulación de Madrid, de modo que no puedes evitar conducir por ellas con una gran sonrisa. Este es el tipo de fiesta que a nosotros nos gusta.

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